En su mensaje de fin de año, un concejal del oficialismo, junto con los saludos pertinentes, elevó “una plegaria especial a San Perón”: pidió que los ediles del PJ seamos “un poco más buenos” con la alianza gobernante.
Es curioso. Nuestro balance no incluye entre sus “haberes” el haber actuado con “maldad” hacia el oficialismo. Es más, no nos interesa ser “la oposición” por la oposición misma sino que pretendemos asumir el rol de primera alternativa política de los ciudadanos riocuartenses con el que fuimos honrados. En tal sentido, tenemos el compromiso y la legitimidad necesaria para ofrecer una perspectiva superadora (desde nuestra perspectiva) a la que esboza la alianza de gobierno.
En el íntimo convencimiento de estar construyendo lo que viene después de la era jureana, tampoco aspiramos a ver cómo Río Cuarto se sigue hundiendo en un mar de promesas incumplidas, de endeudamiento, de chicanas baratas que buscan “desperonizar” la sociedad, al mejor estilo expresivo de la Revolución Fusiladora.
No es, claro está, la nuestra una postura altruista. Hay dos razones que nos llevan a ella: en principio, porque para el 2016 todavía queda un buen trecho. Y, en ese tiempo, debemos trabajar para que la palabra de la dirigencia política no siga sufriendo el descrédito. La mayor parte de la población desconoce quienes son los concejales de la oposición y cuáles los del oficialismo. A los ediles se nos distingue como parte de un cuerpo que, al margen de las posturas asumidas por cada bloque o por cada concejal, participa del gobierno de la ciudad. Entonces, como mínimo, se nos exige que seamos la voz del reclamo ante el incumplimiento de las consignas que deberían identificar este período gubernamental: viviendas, pavimentación de 1200 cuadras, reparación de toda la red vial… Nada raro: lo que prometió alegremente el oficialismo en su campaña. Es cierto que frente a las decisiones fundamentales, salvo aquellas que requieren dos tercios de los votos, nuestra voz queda democráticamente limitada a ejercer un adecuado control de la gestión. Aún así, el cumplimiento de ese simple mandato irrita al intendente, quien, está claro, prefiere cuestionar al cartero que le pasa por debajo de la puerta las facturas impagas que preguntarse porqué ya nadie duda que estamos ante el gobierno más ineficaz, desde 1983 hasta el presente.
El segundo motivo que nos lleva a proponer cambios en la in-gestión actual es la continua profundización de los problemas ciudadanos. Hemos llegado a un punto que muchos de ellos ya condicionan al futuro gobierno. Por ejemplo, sabemos que la recolección de residuos (GAMSUR, Cotreco, etc., etc.) es una bomba de tiempo programada para estallar ni bien asuma el próximo jefe municipal. El transporte urbano por colectivo ha quedado sujeto a lo que desee hacer la empresa y para el próximo intendente será muy difícil avanzar en un sistema más económico, eficiente y que responda al interés público. Se aseguraron que el “nuevo marco regulatorio” condicione la actividad hasta después de la finalización del próximo mandato municipal, a través de una gambeta jurídica a la Carta Orgánica que envidiaría hasta el mejor Neymar. Ya sabemos que el plan de viviendas será una promesa cumplida a medias (a un cuarto, habría que decir). Pero los compromisos que contrajo la actual administración con empresas de dudosa probidad se trasladarán al futuro y serán un ancla muy pesada cuando el nuevo intendente quiera soltar amarras.
Lo mismo sucede con la prestación de los servicios públicos. El corralón ha sido vaciado, por lo que pretender en poco tiempo municipalizar en serio algunos servicios como el riego de las calles, el desmalezado, etc., etc. (hoy en manos de un puñado de vecinales) no resulta fácil. Ni hablar de la inversión que hoy supondría estatizar la recolección de residuos. El propio Secretario del área ha comprendido que es imposible recuperar sin una inversión adicional significativa el estado general de las calles de la ciudad. Tanto tiempo de desinversión, sumado a la pésima calidad de algunas obras de pavimentación realizadas de apuro y con un previsto descontrol de calidad, hacen que se deba apostar al larguísimo plazo para volver a tornar en buena la red vial riocuartense. Al paso que lleva la actual gestión, los resultados penden de que una tormenta fuerte no retrotraiga todo (en especial, lo referente a las calles de tierra) a la situación vivida en los comienzos del año que dejamos atrás.
Sumémosle la falta de iniciativa para propender al desarrollo industrial y empresario de la ciudad, a su integración efectiva por los medios de transporte disponibles (desde el tren hasta el avión) con el resto del país productivo, a la ausencia de proyectos que nos hagan ver que la gestión pública se ve como algo más que un mero cúmulo de cargos en manos amigas. Ya ni siquiera el “modelo Río Cuarto” forma parte de los discursos. Al menos, en este punto, el decoro y la vergüenza pudieron más que el marketing.
Por último, el desorden administrativo sigue presente. Se está consumiendo la actual gestión; sin embargo, la promesa de revaluar la tasa inmobiliaria en función del verdadero valor de las propiedades y de los servicios que reciben se ha concretado en una minimísima proporción, aún cuando hay un marcado consenso expresado por el propio Consejo Económico Social. Encima, por cada paso que tiende a una mayor claridad en el manejo de los fondos municipales, surgen urgencias políticas que tiran al diablo cualquier propósito de racionalizar el gasto.
El último ejemplo es patético: crearon un impuesto para impulsar el “deporte de alto nivel”. Recaudarán (si la Municipalidad se esmera) poco más de un millón 300 mil pesos por año, varias veces menos de lo que recibe FUNDEMUR, la entidad que tenía (precisamente) el objetivo de obtener el respaldo de la actividad privada para apoyar a nuestros deportistas.
Mientras, las necesidades financieras siguen haciendo urgente lo apenas necesario. Entre intereses y gastos administrativos se gastarán seis millones de pesos “gracias” a la emisión de deuda (letras), paradojalmente una de las acciones de gobierno que el jefe de Gabinete califica como “muestra de confianza” hacia su tarea (¿¿¿???).
En síntesis, resulta difícil comprender cuál debe ser el rol del concejal de la primera minoría para ser “bueno” con el oficialismo. Este incompleto informe de la situación (como diría Victor Heredia) no nos da mucho margen para la ternura. Y habrá que ver si, como decía aquella canción, aún hay tiempo de actuar “con fe y celeridad” para salvar lo poco que queda.
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