En
primer lugar, conste que uno interpreta que cualquier manifestación democrática
que exprese la preocupación o el rechazo de un sector social frente a una
política de gobierno, es un signo de libertad que merece el respeto de todos.
En
ese mismo plano, no debería molestar a nadie que, desde otra vereda, alguien
ponga en tela de juicio el carácter cuasiplubicitario que los medios
hegemónicos pretenden otorgarle a este tipo de manifestaciones. Hasta que
inventemos un mejor sistema de gobierno,
el sufragio es el único modo de imponer criterios. Ernesto Sábato lo
decía hace 30 años: partiendo de la dramática comprobación de que no existe
ninguna posibilidad de que todos los habitantes de un Estado se pongan de
acuerdo en cada acto de gobierno, sólo quedan dos caminos: el gobierno de las
minorías (dictaduras, monarquías, sultanatos, estados teocráticos) o el
gobierno de las mayorías circunstanciales. Y esas mayorías se dirimen por el
voto. No hay otro camino.