¿Y...?

En primer lugar, conste que uno interpreta que cualquier manifestación democrática que exprese la preocupación o el rechazo de un sector social frente a una política de gobierno, es un signo de libertad que merece el respeto de todos.

En ese mismo plano, no debería molestar a nadie que, desde otra vereda, alguien ponga en tela de juicio el carácter cuasiplubicitario que los medios hegemónicos pretenden otorgarle a este tipo de manifestaciones. Hasta que inventemos un mejor sistema de gobierno,  el sufragio es el único modo de imponer criterios. Ernesto Sábato lo decía hace 30 años: partiendo de la dramática comprobación de que no existe ninguna posibilidad de que todos los habitantes de un Estado se pongan de acuerdo en cada acto de gobierno, sólo quedan dos caminos: el gobierno de las minorías (dictaduras, monarquías, sultanatos, estados teocráticos) o el gobierno de las mayorías circunstanciales. Y esas mayorías se dirimen por el voto. No hay otro camino.

Ahora sí, vamos al tema: sé que  no tengo  capacidad para imaginar lo que piensan quienes portan, al decir de Ignacio Copani, “cacerolas de teflón”. Pero, respetuosamente, puedo “hacerme a la idea”. Después de todo, desde plena dictadura, cuando unos (muy pocos, es cierto) marchábamos pidiendo Paz, Pan y Trabajo, he participado de decenas de convocatorias por causas que, de haber mediado  un breve y objetivo análisis previo, habría entendido que estaban perdidas de antemano. Al menos, en el terreno en el cual la planteábamos.

Observo esa contradicción en las manifestaciones antigubernamentales.  Desde la antipolítica, fogoneada por los grandes medios y los gurúes del PRO, se pretende modificar el rumbo de la política. La experiencia de los “campo-diputados” del 2009 debería servir como ayudamemoria, más en estos pagos. El “bloque” nunca fue tal, la mayoría no aportó absolutamente nada ni siquiera a sus propias organizaciones y no faltaron  quienes están por cerrar su paso por la Cámara Baja sin haberle dirigido al plenario más de 100 palabras en cuatro años. Insisto: la política se cambia desde adentro, con una idea (con una ideología, si gusta) de sociedad en la cual se privilegia la visión conjunta, no la sectorial.

Pero volvamos a ese cuadro imaginario en el que actúa un “manifestante anti- K”. Tomemos  a un típico cacerolo porteño. Ante la primera convocatoria por Facebook, coge su instrumento de percusión preferido, corre a la plaza, se encuentra con muchos como él, juntos dan vueltas por el Obelisco, el Congreso, la simbólica (por otras causas) Plaza de Mayo, como si  celebraran un éxito deportivo,… Aprovechan para putear a la Kretina, pedirle a Néstor (ahora es “Néstor”) que “la lleve con él”, insultan (cuanto menos) a  cualquier laburante de la televisión pública, y..... ¿Y?... Y…y ¿¡¡ ya está!!? Empiezan a mirar a un lado y a otro y a otro… Y sólo ven a la Pando pidiendo libertad para los genocidas y a la Donda abrazada a Prat Gay, y a Elisa de la mano de Pino, agradecida de Lanata por haber reactivado sus viejas causas truchas contra la “corruptela gubernamental”. Macri no está: quizás tenía a esa hora que ir a un gimnasio “a descansar y relajarse”. “Él se lo merece” dirán los nuevos Durán Barba.

En Río Cuarto, los medios (en ese mismo final) buscan a algún ex dirigente (o futuro, quien sabe), emocionado tras volver  a sentirse  rodeado de gente en un acto, y a los siempre listos boy scouts de la mesa de enlace. Estos continúan convencidos de que la AUH se sostiene con lo que el gobierno les roba a ellos. No lo dudan: la “Yegua”  es Robin Hood: les quita a los esforzados y modestos trabajadores como ellos para darle a los “vagos” que “son pobres porque quieren”.

En fin, quieran o no los miles de ilustres desconocidos, “los políticos” y “la dirigencia sectorial” se roban el protagonismo. El manifestante  típico mete violín en bolsa (perdón, cacerola en bolsa) y parte silbando con Palito Ortega, en versión Vicentico: “Todo aquello que hasta ayer nos quemaba/hoy la rutina ya le dio/sabor a nada”.  Nada más.

En unos días verá que la “condenada” ni piensa en renunciar, que 15 mil pibes siguen “militando” por los inundados en La Plata, que la reforma judicial se aprueba, que el amigo del Momo es condenado a 15 años de cárcel por ser un buen representante de los que “defienden a los trabajadores” mientras hacen negocios para convertirse (ellos) en empresarios, que las encuestadoras dicen que el gobierno saca más votos que en el 2009.  Es decir, va a tener más legisladores que en la actualidad,  Y, de yapa, que  los informes de “Periodismo para Tontos”  (perdón: “para Todos”) son pura ficción, aunque esto jamás lo reconocerá.

Lo dicho. En democracia, las mayorías no se determinan por la masividad de un acto. Se estructuran con proyectos más o menos homogéneos, sostenidos por ideas comunes, no por el simple rejunte, producto del espanto que genera quien gobierna.

Por eso es ese instante fugaz, antes de la despedida “hasta la próxima”, el que mejor revela el inevitable destino de la  historia cacerolera de estos tiempos. Si la bronca no se reviste de proyecto de país, ese destino es triste, solitario y final, como diría Osvaldo Soriano.


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