Por méritos propios, DLS merece el destrato del gobierno nacional. El
cordobés medio, aún aquel que votó al Gallego, no. Aunque el jefe de Gabinete
explicó con racionalidad por qué no se envió a Gendarmería a la provincia (no
pueden intervenir tropas federales en territorios provinciales sin un expreso
pedido de estos), a todos nos quedó la primera sensación de que no
fue el gobernador sino gente común la que pagó los platos rotos. Quizás
Capitanich sabe algo que nosotros desconocemos. Mientras tanto, comunicacionalmente
hoy se falló.
Antes del regreso de DLS, ya había acuerdo entre la cúpula policial y
los autoacuertalados en dos de los puntos reclamados: que no se iba a sancionar
a ningún policía y que la conducción de la fuerza no iba a ser desplazada. Que
quede claro: ni el jefe de policía ni el jefe de Gabinete provincial pueden
“amnistiar” a quienes incumplen con su deber de funcionario público. Ni tampoco
un gobernador en su sano juicio puede tolerar que permanezcan en sus cargos
ministros, secretarios y jefes policiales que no le advirtieron de semejante
amenaza. Segunda sensación: o los rajan a todos o tendremos el derecho a pensar
que lo sucedido o bien se pareció demasiado a un perverso autocomplot o el
gobernador se ha vuelto tierno, comprensivo, generoso y tolerante de un día
para otro.
La organización de algunas de las bandas que actuaron en la Capital
provincial y en Río Cuarto habla a las claras que tuvieron tiempo de preparar
sus golpes. No por nada, mientras los medios enfocaban sus cámaras hacia los
hipermercados saqueados, las armerías desvalijadas sumaban decenas en toda la provincia. Tercera sensación: la provincia fue durante 24 horas tierra
liberada. Y todos sabemos lo que ello implica.
El acuerdo alcanzado contempla el 100% de las demandas. La cuarta
sensación la comparto con el senador Juez: si al final de cuentas se iba a
ceder en todo, ¿por qué se llegó a este extremo?
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