Ni más ni menos que lo esperado. En el margen de lo
factible, los votos obtenidos por el Frente Para la Victoria no hacen más que
ratificar cuál es el piso de nuestra agrupación en cada distrito, en cada
circunscripción, en cada ciudad. Sin una figura nacional que articule el “todos
somos esto”, las elecciones de candidatos a legisladores nacionales ratificaron
la fuerza de las agrupaciones locales en los territorios en los que predominan.
En Río Cuarto, y, por qué no decirlo, en la provincia,
nuestra expectativa de máxima era distinta. Pero el resultado no debe
sorprendernos. El FPV (al menos aquí) no ha logrado en una década que la gente
se empodere de las conquistas alcanzadas. “Donde hay una necesidad,
nace un derecho”. Ese es el lema que el FPV tradujo en proyectos reales,
concretos, que redujeron la indigencia y la pobreza a límites insospechados
diez años atrás. Pero no se ha podido romper con la cultura
asistencialista que condena a buena parte de la población a seguir atada a
estructuras perimidas. Quienes salieron a defender las nuevas conquistas de
derechos fueron los funcionarios más que
los propios beneficiarios. La Asignación Universal por Hijo, las jubilaciones a
las amas de casa, los programas de ventas de productos básicos a precios
subsidiados, el derecho a la identidad sexual, son ejemplos de políticas que –a
diferencia de las impulsadas por el primer peronismo- nunca llegaron a ser
asumidas como conquistas propias por buena parte de los sectores beneficiados.
Los referentes del FPV siguieron siendo –en todo el país- los militantes, no
tanto los hombres y mujeres que
asumieron como una vieja reivindicación la promulgación de tal o cual ley.
Pero no le echemos la culpa a la gente. No somos Fito Páez,
ni tenemos la liberta de un Fito Páez de decir que nos da asco lo que vota el
ciudadano común. Por el contrario, asumamos los errores propios que no nacen
hace dos meses. En Córdoba, vienen desde hace una década. Los dirigentes del
kirchnerismo cordobés, en buena parte, tampoco hemos podido ni siquiera
transmitir los logros del gobierno nacional en nuestro distrito. Ergo: mientras
la mayoría de los jubilados de la provincia son nacionales, la mayor
“preocupación” termino siendo discutir sobre la situación de la caja provincial.
Sólo en el último año, la Nación invirtió un promedio de más de 250 mil pesos
en cada uno de los 300 créditos PROCREAR en la ciudad. En tanto, aceptábamos
casi alegremente que el intendente se apropiara
del verbo “construir”, aunque no
haya concluido ni una pieza de su ambicioso (para él) y desastroso (para el
futuro de la ciudad) “plan de las 2000 casas”.
Otros dos ejemplos para que se entienda mejor lo que aquí se
señala: durante años, nadie se preocupó por negar la “autoría” del proyecto del
puente del Bicentenario del actual gobernador. La plata, obvio, la puso la
Nación, pero el cordobesismo se atribuyó la obra como si el propio De la Sota,
pala en mano, hubiera cavado los cimientos. Por eso no extrañó la publicidad
del parapente. La lógica reacción del
gobierno nacional fue justa, pero tardía. En términos jurídicos, la
acción había prescripto. Ya era tarde para recordar quien financió la obra. 110 escuelas construyó la Nación en la provincia: nunca un funcionario de primer nivel del Ministerio de Educación de la Nación
asistió a los respectivos actos inaugurales.
En el primer peronismo, eran los trabajadores –muchos de
ellos casi analfabetos- los que ocupaban bancas en los Concejos, las
Legislaturas y el Congreso para defender las políticas públicas que los
beneficiaban. Hoy son (somos) los propios funcionarios, los representantes de
las “orgas”, los “líderes territoriales”… Ni siquiera el puntero, tan
despreciado como despreciable, participa de la defensa de esas políticas: el
“barrio” tiene referentes que no viven en el barrio. Un problema que el FPV
deberá revisar si quiere consolidarse vía 2015 cuando juegue su partida más difícil:
retener el Ejecutivo sin un Kirchner en la cabeza de la fórmula.
Pero hay un hito aún más urgente: la verdadera elección
legislativa de este año, la de octubre. Hasta el momento, la campaña de
Carolina Scotto y Martín Gill no tuvo fisuras. Pero no podemos negar que se
ofreció a millones de cordobeses la alternativa de votar a dos personas desconocidas
para la gran mayoría. Rasgarse las vestiduras porque la gente vota a una
locutora incapaz de diferenciar “unidad básica” de “comité”, o a un tenista
que, siendo generosos, debe haber aprendido el nombre de dos punteros
pejotistas de los cientos que le presentaron en el último mes, es una idiotez
intelectualoide. La gente confía en quien conoce. De acá a octubre el desafío
factible es que la gente termine de “registrar” a Carolina y a Martín. No hay
otra. Son candidatazos que, por su propia experiencia, saben manejarse en
público y asumir desafíos. Pero habrá que ver cómo igualamos la historieta del
“conejito” del PRO. Eso se llama “marketing” y, aunque lo despreciemos, es una
herramienta fundamental para ganar elecciones. Y nosotros no nos podemos dar el
lujo de seguir diciendo que Lanata es, en realidad, “La rata”; o que Magnetto
tiene su fortuna teñida de sangre; o que Macri desconoce qué se celebra el 25 de
mayo; o que “De La Soja” es un caradura que le negó a cientos de miles de
personas la posibilidad de ver otra televisión gratuita, mientras su Código de
Faltas le permite perseguir a los más humildes por portación de rostro.
Todo eso es cierto, pero NO CONVENCE. Sergio Massa ayer enumeró las razones de su triunfo (sostenido, claro está, por Clarín): su “lucha” contra la inseguridad, el impuesto a las ganancias en los salarios de los trabajadores y contra la reforma de la Constitución. Agréguenle “la lucha contra la corrupción” y la “falta de conferencias de prensa”. Humo. Solamente humo. Nada que forme parte del nudo central del proyecto nacional y popular. Nada frente a lo cual no podamos brindar un aporte serio, concreto y, también, atrayente para buena parte de esos que antes votaron a CFK, y el domingo optaron por otros caminos.
En esto, tengámoslo presente, aún estamos a tiempo.
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